Desde tiempos inmemoriales, todos los seres de éste mundo, o al menos los que estamos concienciados, tememos al final.
Al final de nuestra vida, al final de los días cuando llega la noche y los peligros acechan a la vuelta de la esquina, al final de un momento feliz, al final de un sueño.
El ser humano, desde siempre, ha temido a la muerte, al final de la vida, cuando en teoría tiene que encontrar la luz al final del túnel. Pero, ¿es la muerte lo que realmente tememos? Yo creo que no. Creo que el miedo es debido a la incertidumbre.
Desde siempre soy firme defensora de la teoría que dice que el hombre teme y reniega de aquello que no sabe. Y la muerte siempre ha sido lo ignoto por excelencia de nuestra existencia.
¿Existirá el paraíso? ¿Nos encontraremos en el cielo con Dios? ¿Nos reuniremos con nuestros seres queridos?
No tenemos ni la más remota idea. Y éso es, precisamente, nuestro mayor miedo: No saber si estamos empezando una nueva vida en un recóndito paraíso, o por el contrario caer en el olvido eterno.
Y lo peor de todo es que hasta que no ocurra no podremos saberlo, porque nadie ha vivido para contarlo.
S.