jueves, 11 de diciembre de 2014

Historia con personalidad

Tarde, como siempre, pero a tiempo para lo que importa.

Empecemos.

¡Hola, Diciembre! He estado un tiempo sin escribir. Sí, me dirijo a un mes. Para mí, Diciembre es un mes con personalidad. Y que nadie se confunda, que la personalidad de Diciembre no tiene nada que ver con las navidades ni con luces que te provocan ataques epilépticos cuando caminas por la calle, cuidado.
Diciembre tiene personalidad porque es el último mes del año.
A los humanos nos encantan los ciclos, y como tal nos emocionamos como niños cuando prevemos que termina un año y comienza el siguiente. Queremos terminar nuestros propósitos para el año, y los cuales desde hace once meses ya ni recordamos. Pero no pasa nada, ya pensaremos unos nuevos para dentro de dos semanas, que no cunda el pánico.
Como iba diciendo, Diciembre y su personalidad. Ajá. Pues eso. Que quiero empezar Diciembre con una historia con mucha personalidad. Y la historia tiene nombre y apellidos.

Conocí a Lázaro hará como un par de años, y sólo de vista. Para por las cafeterías de la zona, y desde el primer momento siempre le vi como una persona normal, del barrio, educada y todas esas cosas que decimos cuando nos preguntan por la tele. Mi padre me había contado su historia por encima hacía poco, lo que me hizo fijarme más en él cada vez que me lo encontraba.
Hará un par de semanas vi esta noticia en el periódico : http://www.elcomercio.es/festival-cine-gijon/noticias/201412/01/lazaro-blanco-libera-pantalla-20141201124915.html
Resulta que Lázaro había ganado el premio del Festival de Cine de Gijón al mejor documental, compitiendo con otros 39. Un documental sobre un viaje, contando su vida. Vida que pasó en su mayoría en la cárcel, 32 años concretamente, acumulando condenas y juicios por nimiedades. Y sin cometer ningún delito de sangre.

Después de leer la noticia le vi esta semana, y cómo no mientras se tomaba una infusión me acerqué a felicitarle. No resultó muy extraño porque ya nos conocíamos de vista. Se sorprendió y me lo agradeció mucho, tanto que estuvimos hablando un buen rato sobre las idas y venidas de la vida.
Me contó por qué entró en la cárcel, y algunos de los líos en los que estuvo metido.
Me habló de que su único medio para reivindicar sus derechos y ser oído en esas cuarto paredes infernales era autolesionarse. Y que le reconfortaba.
Me habló del olor que allí se acumula, que es característico y que ya hace que pongas tus sentidos alerta.
Me habló de las pequeñas torturas cotidianas a las que le sometían cuando le mandaban a un aislamiento, y la más común era hacerle elegir entre meter los libros o el tabaco (y que él siempre elegía los libros).

Y lo que a mí me marcó más, lo que más valora una vez fuera y lo cual te hace pensar que no aprecias lo suficiente ciertas cosas: La capacidad de decisión.

"Allí tenías que pedir permiso a los guardias para todo: Para sentarte, para levantarte, para coger algo del suelo. Parece una tontería, pero el mero hecho de caminar por la calle, ir aquí o allí, sin tener que pedir permiso para todo cada vez que das un paso... Para mí cada día, cada momento es un regalo. Soy un enamorado de la vida desde que salí"

Con estas palabras sólo puedes atisbar desde lejos el valor que tiene poder decidir a dónde vas, porque para verlo realmente necesitas que te priven de ello. Y entender lo mejor posible que nuestra vida nunca va a ser una mierda, porque tenemos mucho más de lo que pensamos.




S.