-¿Quieres bailar, abuela? -Le había dicho a la matriarca.
Sabía que las cosas no iban bien, y también sabía que a su abuela le había gustado bailar toda su vida. Por supuesto y como ocurre en todas las familias había tenido sus más y sus menos con ella, al fin y al cabo tuvo que cuidar sola de cuatro hijos en tiempos de posguerra y eso la convirtió en una mujer con mucho carácter.
Pero era su familia.
Y había cuidado de él casi toda su infancia y parte de su adolescencia, aunque hacía ya dos años que él no le hablaba. Estaba tan desmejorada, en la cama, sin poder moverse... Había empeorado mucho en estos dos años.
Su enfermedad del corazón, junto con el cáncer, habían hecho un cóctel explosivo. Y él se reprochaba mucho el no haber estado ahí para ella.
Pero había vuelto y allí estaba, a su lado, pidiéndole que bailase, a sabiendas de que apenas podía incorporarse en la cama de hospital.
Siempre le ponía muy contenta que sus hijos, sus nietos o incluso sus amigas le pidieran que bailase. Ella era feliz bailando.
-Claro, hijo. Sean cuales sean las circunstancias, siempre podemos bailar.
Siempre recordaba esas palabras en sus días tristes.
Le animaba saber que había estado con ella en sus últimos momentos a pesar de aquellos dos años, y que sus últimas palabras fueron sobre lo que más le gustaba.
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