lunes, 2 de febrero de 2015

Tanda de microrrelatos

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Pasean sin mirarse, con la cabeza gacha.
Tienen vidas grises, al igual que la luz que proyectan las calles.
Todos siguen su camino sin percatarse de las pequeñas maravillas que hay a su alrededor.

En el hueco entre dos adoquines se asoma tímida, pero rebelde a la vez, una pequeña margarita.

Caen las gotas en el suelo en un día que termina de color ocre.

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Emitió el sonido más poderoso que podría salir de la boca de un ser humano.
¿Gritó?
No. Rió.
Rió tan alto que hasta las hojas de los árboles rieron con ella.

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Repasó su rostro meticulosamente.
Se enamoró de sus ojos, dulcemente cerrados.

Tuvo el impulso de acariciar la nariz de perfecta curvatura. 
Pasó un dedo por sus labios, finos y suaves.
Bajó suavemente hasta la barbilla y siguió avanzando por su cuello en una caricia constante.


Con un suspiro, se resignó y introdujo el bisturí a la altura del esternón. 

El Dr. Sanz cada vez se implicaba más en las autopsias.

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Dedicado a mi amiga Desiree:

Entro en su habitación, y veo su silueta gracias a la iluminación de la pantalla de su ordenador portátil. Tiene el pelo corto, oscuro y lleva unos auriculares grandes puestos. Seguramente esté viendo una serie de anime.

No sabe que nadie la mira, porque está en su mundo.

No sabe que desde fuera, alguien la ve hermosa.

No sabe que la hermosura está en lo cotidiano.

Siente un escalofrío que le sube por la espalda, y que atribuye a una corriente de aire.

No sabe que una mirada es electricidad pura.

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